El Mundo : Espíritus del bosque, mujeres de la Revolución Francesa
Danza
CRISTINA MARINERO Peralada14 JUL. 2018 14:05
Natalia de Froberville y Ramiro Gómez Samón en Giselle de Ballet du Capitol de Toulouse. TOTI FERRE
Creado en 1841 en la Ópera de París, Giselle es el ballet perfecto y sigue llenando teatros y levantando aplausos 177 años después de su estreno, siempre y cuando sea ofrecido con rigor y arte.
Tras la Revolución Francesa, los temas de los ballets cambiaron en la Ópera de París y las historias sobre dioses y mitos que tanto gustaban a la nobleza se sustituyeron por las que tenían a seres humanos como protagonistas, emparejándose con lo sobrenatural en sus argumentos según avanzaba el siglo XIX.
El origen del ballet romántico fue el Ballet de las monjas, escena de la ópera Roberto el Diablo, de 1931, en la que las bailarinas surgían de las tumbas fantasmagóricamente y la coreografía sirvió para subrayar su estado etéreo. El éxito de ese pasaje dio pie a que también Marie Taglioni -considerada la primera en bailar en puntas, aunque esa fórmula se venía practicando antes- protagonizara La sílfide, un año después, donde ya se exponía el tema del hombre enamorado de una criatura que no es de este mundo. Una década más tarde, la unión de iluminados especialistas en cada una de las artes que engloba la creación de un ballet dio como resultado el exitoso Giselle.
Con Jean Coralli, como coreógrafo, y Adolphe Adam, a cargo de la composición musical, ambos bajo contrato en la Ópera de París, la historia de este ballet tiene su origen en los textos de dos escritores románticos en los que se inspiró el balletómano convertido en autor del libreto, Théophile Gautier. Para la primera parte, la terrenal, en la que Giselle descubre la traición de su enamorado, el noble Albrecht, se basó en el poema Fantômes, incluido en Les orientales, de Víctor Hugo, en el que una joven, española, precisamente, baila hasta morir.
Para la segunda, el acto blanco, con las muchachas traicionadas antes de casarse convertidas en espíritus del bosque, lo hizo en las líneas dedicadas por Heinrich Heine en De Alemania a estos seres llamados willis.
El hecho de que las bailarinas en tutú largo vistan de blanco no es tanto un indicativo de su virginidad o estado etéreo, sino que se trata del color que identificó a la nueva mujer surgida tras la Revolución de 1789.
Kader Belarbi, director del Ballet du Capitole de Toulouse desde 2012, fue estrella de la Opera de París en años de Nureyev como director y Giselle es parte de su adn. Estrenó esta versión en 2015 y fue repuesta en Toulouse en otoño pasado. Su aportación deseaba agitar coreográficamente las danzas del primer acto, sobre todo las que ejecutan los grupos de campesinos amigos de la protagonista, aunque ha ido demasiado lejos en llevarlos por el aire, con excesivas extensiones de piernas y actitudes atléticas, algo alejadas del brío del folklore que reivindicaba sumar. También ha cambiado de sitio dos de los pasos a dos y eso desconcierta un tanto.
La coreografía inicial de Coralli y Jules Perrot -reivindicado éste como coautor por Serge Lifar cuando dirigía el Ballet de la Ópera de París en los años 30-, que ha llegado hasta nosotros por la reposición de Marius Petipa en el Mariinsky, basaba su esencia, precisamente, en un primer acto terrenal y con variaciones más en el suelo, para contraponerse a lo etéreo y, por tanto, más en el aire de su contrapunto, tras el descanso.
Este segundo acto es de una majestuosidad y perfección sobrecogedora, en el que Belarbi ha preferido dar un toque más humano a sus willis a partir de un torso vestido con tela más terrenal, pero aun así logra transportarnos a un lugar sobrenatural, donde lo etéreo envuelve la escena y todo comandado por su excepcional protagonista, Natalia de Froberville.
Si en el primer acto, la estrella del Ballet du Capitole encarna a la perfección a la ingenua campesina que viste de azul, como es tradicional, y cae en los brazos de Albrecht, noble que le engaña haciéndose pasar por uno de su clase, en el segundo es la encarnación del triunfo del amor, pues sólo así le salva de morir bailando, como impone la ley de las willis a los hombres que se han portado mal con las mujeres, ordenada por su reina, Myrtha, una hierática Alexandra Surodeeva. Los arabesques de Froberville son bellísimos, sus brazos y torsos, siempre en actitud romántica y su interpretación, entregada.
Ramiro Gómez, como Albrecht, puso intención en el papel de campesino del primer acto, pero sobre todo demostró poseer una gran técnica, absorbida en la escuela del Ballet de Cuba, de donde viene, y moldeada por el estilo francés que Belarbi le otorga. En el segundo acto impresionó con sus entrechats magníficos, altísimos y, sobre todo, sin desmontar la actitud noble de cintura para arriba.
Una noche de gran ballet romántico en el Festival Castell de Peralada, dedicada a su fundadora, Carmen Mateú, fallecida en enero pasado, como lo está siendo toda la programación de la edición de este año. Celebramos que el recuerdo a esta gran mecenas de las artes haya incluido en la programación este inmortal título de la mejor tradición balletística.
Giselle
Ballet du Capitole de Toulouse. Coreografía: Kader Belarbi, sobre la original de Jean Coralli y Jules Perrot. Música: Adolphe Adam. Intérpretes: Natalia de Froberville, Ramiro Gómez Samón, Alexandra Surodeeva, Kateryna Shalkina, entre otros. Escenografía: Thierry Bosquet. Vestuario: Olivier Bériot
32º Festival Castell de Peralada
Viernes 13 de julio